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martes, 6 de noviembre de 2018

El regreso de un dios

Llevábamos más de un lustro de guerra continuada. La amenaza de Ispaal-i5, aunque controlada, había desembocado en una campaña bélica por todo el sistema planetario. En estos tiempos de guerra eterna uno es incapaz de recordar cómo era la vida sin un rifle láser en las manos.
Mi gran labor en los servicios de comunicación en misiones complicadas me sirvió para ascender hasta la escolta personal del propio Argantonius. Desde allí pude presenciar de primera mano la magnitud de la amenaza que se cernía sobre aquel rincón olvidado por Terra que la humanidad trataba de preservar de la oscuridad.
Los registros indicaban un alarmante crecimiento de las hostilidades en las proximidades del planeta capital del sistema. Se preparaba algo gordo y la tensión era palpable en todo el séquito de Argantonius. Demasiadas guerras llevaba ya encima el viejo y aún seguía al pie del cañón, negándose a entregar su mando a cualquier relevo advenedizo. La planificación de la operativa seguía su curso normal hasta que las alarmas saltaron por doquier emitiendo una auténtica cacofonía de avisos ensordecedores y luminaria cegadora: el propio Primarca de los Ultramarines, que se aproximaba con refuerzos a la zona de guerra había sufrido un ataque desde la disformidad y se había visto a llevar a cabo un aterrizaje de emergencia con sus tropas justo tras las líneas enemigas.
La reacción del viejo fue inmediata. Todas las unidades próximas fueron destinadas al instante al punto de colisión indicado. Bisoños cadetes de Pretoria y Catachán se enviaron al frente sin completar su preparación y con apenas unas bendiciones de los Sacerdotes del Ministorum. Veteranos curtidos en las guerras de Armaggeddon conformaron las escuadras de infantería mecanizada que apoyarían el avance de las piezas de artillería. Divisiones aerotransportadas fueron trasladadas en un abrir y cerrar de ojos. El flanco izquierdo del Primarca debía quedar asegurado lo antes posible.
El resto de capítulos astartes no se quedó atrás. El propio Lysander lideraba un fuerte contingente de Puños Imperiales para asegurar el flanco derecho de Guilliman. Predators y Land Raiders aceleraron sus motores al máximo para cubrir la brecha y conformar una verdadera línea de defensa. Incluso un destacamento de Puños Carmesíes y un Caballero Errante se unieron a la refriega.
La improvisada defensa contempló con horror cómo el enemigo superaba ampliamente en número a las valientes huestes imperiales. Horrores salidos de la disformidad y las mayores aberraciones que habitan en las pesadillas del hombre se daban cita justo delante nuestra. Nubes incandescentes y rayos multicolor rodeaban y abrazaban a los seguidores de la locura, amenazando con engullir todo a su paso.
Justo enfrente de nosotros avanzaba el waaagh de Skroto con sangre inyectada en sus bestiales miradas, deseosas de masacrar todo a su paso. Los marines renegados ocupaban el resto del avance enemigo y sin previo aviso se avalanzaron sobre nosotros.
Horribles criaturas aladas y endemoniados brujos montados en discos conformaron la punta de lanza, completados con los destartalados vehículos de pieles verdes, en un rápido intento de clavarse en el corazón de nuestra defensa. Su principal objetivo: el Primarca.
Doloroso fue el inicio de la batalla, con grandes pérdidas se sufrieron bajo el intenso fuego enemigo. El noble comandante Pask recibió heridas de gravedad y tuvo que abandonar el combate. El escuadrón de tanques Leman Russ que capitaneaba quedó inutilizado a las primeras de cambio.
El Caballero Imperial sufrió graves daños, tantos como para hacer dudar de su participación durante el resto del combate. Las Storm Talon caían del cielo y se estrellaban sin haber podido siquiera utilizar sus armas. Tanques de los Puños Imperiales saltaban por los aires antes de haber fijado un objetivo siquiera.
Por ello el contraataque fue feroz. Todas las piezas disponibles se concentraron en el centro del avance enemigo, reventando vehículos y acribillando a las tropas que salían de ellas. El propio Skroto emergío malherido de entre los restos humeantes y fue objetivo prioritario a fin de detener su avance. Las motos del flanco izquierdo también fueron objeto de salvas de artillería y fuego cruzado de rifles láser, causando pocas bajas, pero tal vez las suficientes para retrasar su inminente carga.
Los veteranos de Armaggeddon quedaron privados de sus chimera, pero se dispusieron a defender su posición. Cada centímetro de terreno era un objetivo militar para ellos. En el mismo centro de la batalla valientes cadianos embarcados avanzaban hacia el enemigo sin reparar en el riesgo. La misión era clara, retrasar la marea todo lo posible. Los voladores disparaban sin cesar a los dragones disformes que surcaban los aires.
El noble Caballero Imperial, sabedor de que su final estaba cerca, encaminó sus pasos con decisión hacia el bestial líder piel verde, pues eliminarlo o retrasarlo podría marcar el destino de aquel día. El sacrificio se extendía a todo el ejército, sentinels exploradores, ratlings... hasta el más débil estaba dispuesto a enfrentar lo que el rival le pudiera echar encima.
El enemigo continuó presionando en el centro. Los brujos y demonios tomaron la iniciativa y con sus maléficos poderes continuaron abatiendo naves de los Astartes. Malditos traidores en servoarmadura abandonaron su transporte para seguir adelante. Skroto acabó con el noble Caballero Imperial, pero no contaba con la inmolación del valiente vasallo, que causó terribles heridas a la infecta criatura, obligándolo a abandonar la contienda.

La guardia del líder orko siguió adelante para vengar a su señor. Mientras tanto, el ritmo inicial de disparo enemigo perdió puntería y no causó tantos estragos como al inicio de la batalla. Los motores de las motos demostraron escasa fiabilidad en manos de mecánicos orkos y fueron incapaces de asaltar la delgada línea de defensa formada por los reclutas. Y los dragones alados empezaron a dar síntomas de debilidad al estar alejados de la disformidad.
Y entonces emergió la luz del Emperador. Roboute tomó el mando y lideró el asalto desde el centro de nuestras posiciones hacia el enemigo. Las tropas leales se arremolinaban en torno suyo y su simple visión bastaba para enaltecer los corazones e inspirar heroicidades. Simples cadianos armados con su rifle láser se avalanzaban sobre los objetivos tácticos y se negaban a abandonarlos. Astartes mortalmente heridos caían abrazados a sus armas lanzando ráfagas postreras que segaban enemigos. Demonios alados, dragones infernales, brujos malditos... todos ellos cayeron a los pies del Primarca, porque su sólo ser bastaba para extirpar la herejía.
El bombardeo incesante de la artillería, baterías de wyvern y basilisk combinados con los tanques de los Puños Imperiales despejaban el camino alrededor de nuestro general supremo. Nada quedó de los imponentes pieles verdes en aparatosas armaduras. Escasos moteros orkos seguían en pie al disiparse la polvareda provocada por los disparos aliados. Los traidores eran rechazados con energía. Los brutos ogretes limpiaban la zona alrededor de las posiciones imperiales. Nadie amenazaba la línea de defensa imperial ni disputaba los objetivos.
El enemigo comenzó a invocar criaturas de la disformidad. Era consciente de que su empuje había sido contenido y necesitaba imperiosamente continuar presionando si quería engullir al Primarca. No cesó en su empeño, y siguieron enviándose enemigos a la posición de Guilliman. Aparecieron formas sinuosas de la nada que escupían fuego por sus múltiples bocas. Engendros amorfos reemplazaban a las tropas traidoras abatidas. Misteriosos animales con cabeza de cabra y erguidos cual retorcidas burlas humanas se aproximaban...
Pero todo fue en vano. El torbenillo azul cobalto seguía a la vista por encima del fragor de la batalla y avanzaba, avanzaba sin dejar de golpear con su gladio enviando rivales a decenas de metros. A su alrededor el poderío de los Astartes recordaba épocas de gloria ya olvidadas, cuando la humanidad portaba la luz a aquellos planetas olvidados durante la larga noche y devorados por el mal.
Un estampido indicó la llegada de los refuerzos. La rápida defensa alrededor del Primarca había resistido y llegaban los ángeles vengadores en armadura de exterminador. Puños Imperiales y Puños Carmesíes tomaron posiciones y ocuparon el lugar de camaradas caídos, redoblando el fuego y la resistencia. Las tropas de asalto de la guardia imperial relevaron a los cadetes y aseguraron un perímetro en torno a las piezas de artillería y la posición de Argantonius.
La batalla llegaba a su punto álgido y si éramos capaces de mantener la posición y el control de los objetivos, probablemente el enemigo no contaría con fuerza suficiente para disputar el día. La desordenada turba hereje intentó seguir avanzando y en un frenesí de locura tropas con propulsores intentaron acabar con los primaris ultramarines y los ogretes. Hubo bajas, sin duda, pero muchas más en el bando enemigo.
Apenas se vislumbraba algún orko en la lejanía, quizás algún piel verde menor manejando cañones indignos de llamarse así. Los tanques rivales comenzaron a quedar inutilizados incapaces de causar más daño. Nadie podía rivalizar con el Primarca. Ningún enemigo podría ya reclamar nada en aquel campo de batalla.
En verdad el Emperador estuvo con nosotros aquel día. Ni siquiera el origen improvisado de la operación pudo empañar la luz de la verdad, el resplandor del hijo favorito del padre de todos, la única justicia del universo. La presencia de un dios entre nosotros siempre será sinónimo de victoria.
IMPERATOR VICTORIA MAXIMA!
PD: no fue hasta muchos años después de aquella batalla cuando comprendí que la misión no consistía tanto en salvar al Primarca (que, dicho sea de paso, parecía bastarse él solo para enfrentarse al enemigo) como recuperar una serie de valiosas reliquias del Capítulo, que habían quedado diseminadas por el campo de batalla. A veces eran objetos arcanos y en otros casos implantes en Astartes de elevado rango. Nuestro cometido era por tanto recuperar dichos objetos o -en su defecto- protegerlos para dar tiempo a los Apotecarios a llevar a cabo su trabajo.


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